Qué tiene Mad Men que la lleva a ser la preferida de los EMI?, ¿por qué desde hace unos años las demás series con su creatividad, costos de producción, guión, talento, puesta en escena no pueden superar esta propuesta de Matthew Weiner y los hombres de la agencia de publicidad de los años 60?
Esto me preguntaba yo hasta que un día domingo a la noche sin ganas de ver ninguna película y pasear por las historias de mis libros, decidí desentrañar la mítica y recomendada Mad Men.
Lo primero que vi fue una serie que con su vestuario, su puesta en escena, me remontaban a lo que conocemos de los años 60, entonces a primera vista, me ofrecían el espacio y el tiempo de aquella época. Un buen escenario para aceptar las reglas del juego o sellar el pacto al que todo espectador debe someterse cuando hablamos de una ficción.
¿Qué más?... Mad Men es una historia que cuenta muchas historias y sin embargo no se diluye, no nos terminamos enredando en todas ellas, preguntándonos a cual seguimos, podemos estar interesados en todas, tal vez en solo una, pero a medida que avanzamos, en alguna de ellas nos vamos a detener, porque todas cuentan momentos, sensaciones, instantes de nuestras vidas, porque de eso se trata Mad Men, de la vida, de nuestra individualidad, de cómo el poder económico, político, social puede apoyar, destruir y estar en tensión con nuestros planes personales.
Termino cada capítulo y me detengo a masticarlo, a repensarlo, porque lo que veo se hace tan sutil, que a veces cuesta captar fácilmente la sensibilidad de aquello que los personajes pretenden.
Y aquí llegamos, lo que más valoro de Mad Men: Escenas que dicen sin decir, que muestran y describen, que no son explicitas, lo que llamaría una obra de pura literatura. Las escenas no explican a través de la acción, sino a partir de la descripción, de pequeños guiños, de ínfimas sutilezas. Hay capítulos en los que estuve con los lagrimales inflamados, en donde no sabía qué posición ponerme en la silla, en los que me saltaba mi condición de mujer. Puedo afirmar que al espectador realmente le suceden cosas.
Mad men ha tratado temas que hacen a la condición humana, como la guerra, el racismo, las desigualdad entre los sexos, el amor, la soledad, el miedo, el maltrato, el abandono y al lado de todas estas cuestiones los sentimientos que brotan, que trascienden la pantalla, gracias a la muy bien lograda forma de narrar de la serie, la construcción de los personajes y el talento de los actores para interpretarlos.
El personaje de Don Draper (Jon Hamm) a simple vista es el de un ganador, un genio de la publicidad pero calado en su profundidad sentimos empatía, quizá porque podemos descubrir en su fragilidad y oscuridad, algo de nosotros, porque nos remontamos con él a los personajes del cine negro, a los hombres perdedores, sin final feliz, que emprenden cosas sin éxito, y que al decir del filosofo – cinéfilo José Pablo Feinmann, “Este hombre es un solitario, está arrojado a la existencia, sin nadie quien lo ampare…No todos triunfan en América, hay quienes no triunfan en absoluto”. por Florencia Sanna
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